Saturday, December 30, 2006


LOS ESTADOS (DES)UNIDOS DE AMÉRICA

Juan Enriquez, director fundador del Life Sciences Project en Harvard, es un elocuente analista de los problemas de Estados Unidos y América Latina a la hora de afrontar los desafíos del siglo XXI. Su nuevo libro, The Untied States of America: Polarization, Fracturing, and Our Future, da la impresión de haber sido escrito por un profesor hiperkinético, tan preocupado por mantener el interés de sus lectores que el argumento aparece condensado en frases sueltas, como si hubiera sido hecho con Powerpoint. Se trata de un libro serio que no parece haber sido escrito por una persona seria. Los críticos dicen que Enriquez es condescendiente con sus lectores. No estoy de acuerdo. El estilo puede distraer y dar la impresión de superficialidad, pero lo cierto es que el argumento de Enriquez es sólido y contundente. Si la forma es el fondo, habría que concentrarse en ese fondo para ver cuán importante es la forma elegida por Enriquez para desarrollar su argumento.
The Untied States of America trata de algo que muchos norteamericanos consideran impensable: la posibilidad de que, debido a ciertas tendencias polarizantes presentes en la sociedad, Estados Unidos pierda alguno de sus territorios. Enriquez observa el panorama en torno suyo y descubre que tanto las naciones ricas como las pobres se dividen: hoy, por ejemplo, tres cuartas partes de los países que componen las Naciones Unidas no existían cincuenta y cinco años atrás. Aunque Estados Unidos se muestre hoy como una nación sólida, Enriquez descubre tendencias alarmantes en la economía que, de continuar, pueden llevar al país a la fragmentación: el hecho de que el defícit fiscal crece anualmente, o que el salario mínimo vital es 37% más bajo, en dólares reales, que en 1968, o que Estados Unidos debe el 28% de lo que produce anualmente a bancos extranjeros y otros países.
El libro tiene elementos relevantes para entender nuestro presente. Este año, el debate público ha sido dominado por el tema del lugar de los inmigrantes en la sociedad norteamericana. Las marchas de inmigrantes latinos que han sacudido las principales ciudades de los Estados Unidos han puesto a este tema a la vanguardia de los derechos civiles. Los críticos conservadores han señalado que el hecho de que en estas marchas abundan banderas que no son de los Estados Unidos prueba la falta de integración de los inmigrantes latinoamericanos. Sin embargo, Enriquez ve en este debate, más bien, una oportunidad para integrar más a los inmigrantes a la sociedad norteamericana: una sociedad más integrada depende en buena parte de “How minorities, Hispanics, African-Americans, Native Americans, Hawaiians, Pacific Islanders, and those in some parts of the Caribbean are treated today, what opportunities they have, what insults they recall…” (164). Los inmigrantes latinos quisieran ser aceptados en la sociedad, y si sienten que lo son, si reciben oportunidades para crecer y desarrollarse, se sentirán más latinoamericanos. El rechazo los llevará a refugiarse en sus identidades salvadoreñas, mexicanas, etc.
Para Enriquez, el modelo darwinista de la supervivencia del más apto debe usarse para entender por qué algunas naciones se mantienen unidas y otras no. Un país es como una “marca registrada”, y los ciudadanos se adscriben sobre todo a la calidad de la marca. En una economía competitiva, las sociedades que prosperan son aquellas que apuestan por la educación, la ciencia y la tecnología (Corea del Sur), y las que pueden perder su predominio son aquellas en las que la religión juega un rol cada vez más importante en el control de la cosa pública (los Estados Unidos). Si Estados Unidos superó a América Latina en el siglo XIX es porque hizo de la ciencia su religión. Hoy, sin embargo, un país como Corea del Sur, que tiene un sexto de la población norteamericana, produce el mismo número de ingenieros. Enriquez concluye: “If demography is destiny, the United States is entering a perilous era… much of our population growth includes millions of people with very little education and few skills to prepare them for the bitterly competitive global economy” (83).
Si bien Enriquez está en lo cierto al señalar los peligros de la falta de educación en la economía globalizada, se equivoca al pensar en los países como “marcas registradas”. La fidelidad a un país no se debe necesariamente a la calidad de su “marca”; algunos países derivan su identidad del hecho de no ser, precisamente, triunfadores a un nivel internacional. Más allá de los factores que unen a un país, éste es sobre todo, una “comunidad imaginada”, algo que se sostiene en base a lo intangible, a aquello que creemos que nos une pero quizás no existe más que en nuestra mente.
Si llegamos al fondo del argumento, concluiremos que Enriquez no está diciendo prácticamente nada nuevo: así como, a la manera de Heráclito, nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, la única constante de un mapa es el cambio. Lo que sí puede alarmar es que esa regla también se aplique a un país aparentemente tan estable como los Estados Unidos.