Thursday, October 12, 2006



ORHAN PAMUK, PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2006

(Nota: este texto está basado en uno que publiqué en octubre del 2005, en La Tercera de Chile)

Pamuk, a los cincuenta y cuatro años, ha sido galardonado con el premio Nobel de literatura. La academia sueca no se ha equivocado esta vez. La obra de Pamuk es central para entender nuestro tiempo, pues muestra de manera explícita ese choque que estamos viviendo hoy entre modernidad y tradición, entre Occidente e Islam. Me llamo Rojo, su mejor novela (Alfaguara, 2003; Punto de lectura, 2005), se enfoca con maestría en este tema. La novela, ambientada en el Estambul del siglo XVI, giro en torno a los deseos del Sultán de encargar un libro con retratos suyos que celebren sus logros. Esto no es fácil en tiempos del Imperio Otomano: la ley islámica prohibe el arte figurativo e impide que existan retratos del Sultán. Las influencias artísticas traspasan fácilmente las fronteras, pero luego estas influencias deben lidiar con diferentes normas culturales, políticas, religiosas. Me llamo Rojo es una gran novela histórica, pero también es un policial brillante. Aquí, Pamuk muestra, como muy pocos novelistas contemporáneos, la capacidad que tiene el género novelístico para discutir críticamente los problemas de una región, un país, un continente.
Pamuk ha señalado que Turquía es una nación con dos caras; geográficamente, pertenece a Europa, pero su alma quizás pertenece al mundo islámico. Estambul es el rostro moderno, occidental de Turquia, pero hay otras regiones del país que son más afines al Islam. Por supuesto, no es fácil separar las dos caras: lo normal es que el el corazón de cada turco convivan, de manera incómoda, Islam y Occidente. Nieve, la última novela de Pamuk (Alfaguara, 2005), aborda este tema. Nieve es esa cosa que a los editores de hoy no les gusta para nada, acaso porque saben que hay pocos lectores interesados en ello: una novela política (una editora española me dijo que sólo le aceptaba novelas políticas a Vargas Llosa). El personaje principal de esta novela, Ka, es un poeta turco que hace muchos años vive exiliado en Frankfurt y que decide volver a Turquía en busca de una mujer con la cual casarse. Una vez en Estambul, se entera que Ipek, una bella mujer que conoció durante sus años universitarios, está viviendo en Kars, una remota región del país. Ka decide viajar a Kars con la excusa de hacer un reportaje sobre una ola de suicidios de mujeres a las que se les prohibe usar el velo en el colegio: “A los hombres les da por la religión y las mujeres se suicidan… La causa de estos suicidios es la extrema infelicidad de las jóvenes. Pero si la infelicidad fuera una razón válida para el suicidio, la mitad de las mujeres de Turquía lo haría”.
Una vez en Kars, una tormenta de nieve aísla a Kars del resto del país. Mientras trata de convencer a Ipek de irse con él a Frankfurt, Ka descubrirá ese lado islámico del país que la Turquía moderna se niega a aceptar, y que en el fondo es aquello que ha sido reprimido para que la Turquía moderna exista. Pero lo reprimido, lo sabemos desde Freud, siempre se las ingenia para reaparecer, y cuando lo hace, termina desnudando la verdad acerca del trauma original necesario para fundar una identidad. En el caso de Nieve, la “verdad” es que el fanatismo religioso es abominable pero inevitable en el mundo islámico: “permite que uno pueda ser más pobre pero más orgulloso”. También es inevitable porque permite vivir la idea de Dios no en la terrible soledad del individuo sino en comunidad.
Pamuk ha querido escribir una novela política a la manera del Dostoievski de Los poseídos. No le ha salido del todo. Margaret Atwood ha escrito que se trata de “una lectura esencial para estos tiempos”. Quizás Atwood esté pensando que es necesario leer Nieve para entender la complejidad del mundo islámico. La verdadera novela esencial de Pamuk es Me llamo Rojo. Esa novela es suficiente para considerar a Pamuk como un grande de nuestro tiempo, alguien que merece ser leído más allá de sus problemas extraliterarios o la privilegiada situación geopolítica de su país. Alguien que merece ser leído más allá del Nobel.

Wednesday, October 11, 2006


LA BIBLIOTECA EN EL INTERNET

Hacia 1898, el escritor mexicano Amado Nervo sugería que las recientes invenciones del fonógrafo y el cinematógrafo producirían en el futuro un resultado contundente: "no más libros; el fonógrafo guardará en su urna oscura las viejas voces extinguidas; el cinematógrafo reproducirá las vidas prestigiosas..." El poeta aceptaba con resignado pragmatismo el destino de una sociedad sin libros, en la que los datos audiovisuales ya no tienen que ser codificados simbólicamente a través del alfabeto sino que son guardados a través de artefactos más adecuados para proteger sus ondas de luz y sonido.
Menciono a Nervo para recordar que es larga la tradición apocalíptica de pensar que las nuevas tecnologías terminarán por enterrar al libro y a la literatura. A principios del siglo XXI, el internet es el nuevo enemigo. Voces prestigiosas como las de Updike y Vargas Llosa se lamentan ante la aparición de este incierto paisaje. Lo que en verdad ocurre, sin embargo, es que los nuevos medios no dan fin con el libro o la literatura; lo que hacen es modificar una visión existente, enseñarnos nuevas formas de lectura y escritura. La relación entre el internet y la literatura es una de constante tensión creativa; ante el desafío que significa la presencia del nuevo medio, lo mejor que puede hacer la literatura es recoger el guante y redefinirse. Abroquelarse, recordar con nostalgia un pasado supuestamente mejor, no conduce a mucho.
Gracias al internet ya contamos con un nuevo género literario, el blog (todavía sin su Monsiváis o Lemebel, pero es cuestión de tiempo para ello). Existen varios proyectos en marcha –el Gutenberg, el Google Book Search-- para digitalizar colecciones enteras de las más importantes bibliotecas del mundo y crear así una suerte de biblioteca universal; gracias a estos proyectos, libros que antes eran inaccesibles al gran público, porque no habían vuelto a ser editados o se encontraban sólo en lugares como Oxford o la Complutense, han vuelto a la circulación (y también se han dado a conocer libros que se encuentran en el catálogo de editoriales pequeñas). No sólo eso: los hipervínculos de un proyecto como el de Google Book Search nos permiten encontrar rápidamente la página en la que se encuentra una referencia que buscamos desesperadamente en un libro en nuestra propia biblioteca.
Los defensores del libro impreso dicen que nada puede sustituir la experiencia de leer en ese medio tan tradicional como efectivo. Estoy de acuerdo, me gusta oler las páginas y me reconozco un fetichista de los libros. Que no se haya impuesto el libro electrónico, sin embargo, no significa que el libro impreso sea esencialmente superior; sólo significa que todavía no ha sido inventado un libro electrónico de calidad. El Reader de Sony es uno de los libros electrónicos de la nueva generación que pondrán pronto en jaque a los tradicionalistas; delgado y ligero, es capaz de guardar en su memoria hasta 7.500 páginas. Su tecnología de alta resolución y la ausencia de backlight hacen que la experiencia de su lectura sea muy parecida a la de un libro impreso. Gracias a su software, un lector puede descargar automáticamente al Reader libros recién publicados, blogs, periódicos, etc. Es inevitable: los avances tecnológicos harán que pronto tengamos en nuestras manos un libro electrónico capaz de almacenar nuestra biblioteca personal. Si no es el Reader, será otro. Así como ahora hay jóvenes que no entienden que alguna vez había gente que escribía a mano, seguro algún día habrá gente que no entenderá que alguna vez se leían, de uno en uno, libros impresos.
Hoy leemos más, pero leemos más fragmentariamente. Escribimos más, pero nuestra capacidad para escribir frases con una sintaxis compleja se va perdiendo sin prisa pero sin pausa. Podemos ponernos a llorar ante los cambios en nuestros hábitos de lectura y escritura, ante la desaparición de una idea de la literatura. O podemos celebrar el hecho de ser testigos de un cambio histórico: vivimos en ese interregno en el que una forma de entender la cultura no termina de morir, mientras que una nueva forma va apareciendo en el horizonte. Es más fácil ser nostálgico: sabemos lo que se pierde. Pero, quien sabe, quizás el futuro nos depare algo mejor que el pasado o el presente. Los que han leído muchos libros impresos en su vida deberían saber mejor que nadie que vale la pena aceptar la incertidumbre, el riesgo, el cambio.